jueves, 29 de marzo de 2012

EL NUEVO PERIODISMO

Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia, 23/03/2012

Son dos casos tomados al vuelo. El primero tiene como protagonista al diario El Mundo que, según parece, presionó a dos testigos del 11M para que cambiaran su declaración y exculparan a Jamal Zougam, culpable del asesinato de 191 personas; el segundo, a la práctica totalidad de los periódicos nacionales, que convirtieron la brutalidad policial durante otra redada en Lavapiés en una serie de historias fantásticas como la «algarada con cien radicales» que querían «impedir la detención de un camello», firmada por M. J. Álvarez y A. Delgado en ABC y la «riña tumultuaria contra policías» que derivó en un intento de asalto de la Comisaría de Centro, firmada por F. Javier Barroso en El País. 






Legalmente, presionar e intimidar a los testigos de un juicio no es lo mismo que tergiversar una noticia para que encaje con la línea editorial de un diario. Si lo de El Mundo es cierto, no tiene nombre. Pero exceptuado el factor legal, las prácticas de El Mundo sólo son una vuelta de tuerca en un engranaje descabalado que ayer, con la muerte de Mohamed Merah, se mostraba sin embozo. Ya no hay política. Ya no hay economía. La crónica de sucesos llena las pantallas, se pega a las cabeceras y esconde la actualidad, con todo su sufrimiento a cuenta de la política y de la economía, detrás de un disparo y de los pasamontañas de un grupo de asalto. Es el triunfo del amarillismo; una de las formas más baratas de la manipulación social.

El nuevo periodismo de empresa, un periodismo de mercados oligopólicos, sin competencia ideológica posible, ha descubierto las bondades del ruido y la imprecisión. Salvando las distancias, se va acercando a una anécdota de Goebbels que contaba Edgar Ansel Mower: en los últimos días de la República de Weimar, le encargaron un texto sobre asuntos económicos para un discurso de Hitler; Goebbels lo rechazó así: «no necesitamos textos. El mensaje es simple: con el nacionalsocialismo, todo será diferente». Fue ese simplismo, aderezado de emociones, lo que llevó a que Wilhelm Weiss pudiera declarar en 1934: «La prensa, en el viejo sentido liberal del término, ha muerto». Pero ya no estamos en 1934, ¿verdad?